Una de las primeras cosas que debemos hacer -poco después de la asistencia en la guardia o de la primera visita del cliente al despacho- es comprobar con qué testigos podemos contar y elegir cuáles de ellos usaremos efectivamente en apoyo de nuestra teoría del caso.
Los criterios de selección de testigos son similares para todo tipo de procesos legales.
Lo
primero que hay que considerar es que el
testimonio es una prueba siempre peligrosa. Hasta los testigos favorables a nuestra tesis pueden acabar dando
sorpresas desagradables. Por ejemplo:
-
La contraparte puede preguntarle por detalles
que nosotros desconocíamos y que destruyan nuestra argumentación. Después del
juicio, si les preguntamos por qué no nos habían mencionado esos detalles, objetarán
que no le preguntamos por ellos y que no
creían que tuvieran importancia, y así será, pero el daño estará hecho;
-
Puede no recordar bien lo ocurrido hace mucho
tiempo y caer en alguna contradicción con lo declarado en la instrucción,
cuando tenía los hechos frescos en su memoria. Etcétera.
Por
regla general no los usaremos para probar hechos
que estén ya reconocidos de contrario o
probados mediante documentos. Podría ocurrir que el testigo utilizara
expresiones ambiguas o poco claras, de manera que la contraparte pudiera poner
en duda lo que antes constaban a nuestro favor con claridad.
Sí los
usaremos para aquellos datos que no
hayamos podido probar mediante documentos o peritos y que normalmente se
habrían probado mediante ese tipo de pruebas: una drogadicción de larga
duración, convivencia con determinada persona o en determinado lugar, volumen
de ingresos…
Así
pues, aunque tengamos la suerte de contar con muchos testigos, en principio
debemos de utilizar más o menos los
imprescindibles. No uno solo, porque podría no acudir al juicio y estaríamos
perdidos, pero no usaremos cinco donde podamos usar dos o tres como máximo.
En la siguiente entrada veremos cómo seleccionarlos.
En la siguiente entrada veremos cómo seleccionarlos.
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